Policiaco nivel B1-B2+

Capítulo 1: Un hallazgo inesperado

Cada fin de semana salgo a correr por el bosque. Siempre sigo casi el mismo trayecto: me dirijo hacia el lago, corro alrededor y regreso a casa. Paso por el prado, disfrutando de la vista que cambia con el tiempo.

Os juro que vivo en el lugar más bonito del mundo. Mientras corro, veo robles, tilos, castaños, arces y nogales. En verano, el bosque es un mar de tonos verdes. En otoño, las hojas cambian de color, creando una mezcla espectacular de amarillo, naranja, rojo y marrón.

Hoy, la niebla cubre el paisaje como un velo fantasmal. Se desliza entre los troncos de los árboles, enredándose en sus ramas como si quisiera retenerlos en su abrazo silencioso. Apenas se distingue el contorno del prado que debo atravesar hasta el lago.

El aire es denso, húmedo, con un leve aroma a tierra mojada.

Me detengo en la orilla del lago, respirando hondo. Y entonces lo veo.

Un cuerpo.

La silueta oscura contrasta con la bruma que flota sobre el agua. Me acerco con cautela. Está tendido boca arriba, con la piel pálida, casi azulada. Su camisa blanca está empapada de sangre, y un cuchillo sobresale de su torso.

Pienso: Perfecto. En lugar de volver a casa y disfrutar de un fin de semana tranquilo, me toca trabajar.

Respiro hondo y saco el móvil.

—Soy Carmen. Hay un cadáver en la orilla del lago. Necesito que envíen a los técnicos y al equipo completo.

También envío un mensaje a Ignacio. „Ven al lago. Tenemos otro caso.”

Mientras espero a que llegue todo el mundo, observo los alrededores en busca de pistas. Algo me dice que este no será un caso fácil.

Capítulo 2: Primeras pistas

El sonido de las sirenas rompe el silencio del bosque. En pocos minutos, la comisaría ha respondido.

Las luces de los coches policiales tiñen la niebla de destellos azulados. Varios agentes bajan del vehículo, seguidos por los técnicos forenses.

Ignacio aparece a mi lado, con su chaqueta de cuero marrón y su andar despreocupado. Es alto, de cabello oscuro con mechones rebeldes que caen sobre su frente, y tiene una expresión seria, aunque sus ojos reflejan un brillo irónico.

—¿Otro cadáver en tu ruta de entrenamiento? —bromea con su voz grave.

—Sí, parece que atraigo los problemas —respondo sin apartar la vista del cuerpo.

El equipo forense comienza su trabajo. Un técnico toma fotos desde varios ángulos, mientras otro examina la herida.

—Hombre, unos cuarenta años —dice el forense, un hombre mayor, de rostro delgado y curtido por años de trabajo—. Muerte por apuñalamiento. No hay signos de lucha.

Ignacio frunce el ceño y cruza los brazos sobre su pecho.

—Eso significa que conocía a su asesino o que lo atacaron por sorpresa.

Asiento, mirando alrededor. La niebla sigue flotando sobre el lago, dándole al escenario un aire aún más macabro.

—¿Identificación? —pregunto.

Uno de los agentes revisa los bolsillos del cadáver y saca una cartera de cuero negro.

—Aquí hay una tarjeta de identidad. Se llama Adrián Gómez.

Tomo la documentación y la observo con atención. En la foto aparece un hombre de cabello castaño corto, con facciones angulosas y expresión seria.

—Necesitamos averiguar quién era y por qué alguien querría matarlo.

Ignacio suelta un suspiro.

—Hora de hacer preguntas.

Capítulo 3: Una llamada sospechosa

Mientras los técnicos recogen pruebas, Ignacio y yo nos alejamos del cuerpo para revisar los alrededores.

El suelo está húmedo y cubierto de hojas secas. Hay algunas pisadas dispersas, pero la humedad ha borrado la mayoría de los detalles.

—Si lo mataron aquí, debería haber huellas —comento.

—A menos que lo trajeran desde otro sitio —añade Ignacio, observando los alrededores con el ceño fruncido.

De repente, el móvil de la víctima empieza a sonar.

Nos miramos en silencio antes de que Ignacio lo coja con un guante y lo sostenga en el aire.

—¿Adrián? —pregunta una voz nerviosa al otro lado.

Ignacio me mira y pone el altavoz.

—¿Quién habla?

Se hace un silencio. Luego, la persona cuelga.

—Eso fue raro —digo.

Ignacio asiente.

—Necesitamos rastrear ese número. Alguien sabe algo y no quiere hablar.

Miro hacia el cuerpo de Adrián, todavía tendido en la orilla.

—Y vamos a descubrir qué está pasando.

Capítulo 4: El desconocido de la llamada

El aire sigue frío y la niebla persiste, aunque empieza a disiparse con la luz de la mañana.

De repente, escuchamos el crujido de hojas secas. Un técnico forense se acerca con algo en la mano, envuelto en una bolsa de evidencia.

—Hemos encontrado esto a unos metros del cuerpo —nos dice, mostrándonos un reloj de pulsera.

Lo tomo con cuidado. Es un modelo elegante, de acero inoxidable, con una correa de cuero marrón.

Pero hay algo más.

—Está roto —murmuro—. La esfera tiene una grieta, como si lo hubieran golpeado contra algo.

Ignacio lo examina de cerca y asiente.

—Tal vez se le cayó a la víctima durante el ataque… o a su asesino.

Miro el reverso del reloj. Hay una inscripción grabada: „Para A.G., con cariño. M.”

—A.G… Adrián Gómez —leo en voz alta—. Parece que era suyo.

Ignacio anota en su libreta de cuero gastado.

—Necesitamos saber quién es „M”. Puede ser la clave.

El bosque parece cada vez más oscuro, a pesar de que el sol ha comenzado a salir. Los árboles se alzan como sombras alargadas, y la superficie del lago refleja la luz grisácea del cielo. Todo aquí parece un escenario de pesadilla.

Y en el centro de todo, el cuerpo de Adrián.

Capítulo 5: La esposa

De vuelta en la comisaría, Ignacio y yo nos dirigimos directamente a nuestras oficinas. Un fuerte olor a café recién hecho flota en el aire mientras algunos compañeros revisan documentos y escriben informes.

—Averigüemos más sobre Adrián Gómez —digo, encendiendo el ordenador.

Ignacio, apoyado en el borde de mi escritorio, tamborilea los dedos sobre la madera mientras esperamos los resultados de la búsqueda en la base de datos.

—Aquí está —anuncio—. Casado con Marina López, dos hijos, trabajaba en una empresa de inversiones.

Ignacio silba en tono bajo.

—Un tipo con estabilidad… en apariencia.

Miro la dirección en el expediente.

—Será mejor que hablemos con su esposa.

Salimos de la comisaría y nos dirigimos a una zona residencial en las afueras de la ciudad. Las calles son anchas y limpias, con casas de dos plantas, rodeadas por jardines meticulosamente cuidados. Coches de gama alta reposan en las entradas.

Cuando llegamos a la casa de Adrián, todo parece en calma. La fachada es de piedra clara, con grandes ventanales que reflejan el cielo encapotado.

Ignacio toca el timbre y esperamos.

Tras unos segundos, la puerta se abre, revelando a una mujer de unos cuarenta años con un rostro pálido y afilado.

Tiene el cabello oscuro recogido en un moño perfecto, sin un solo mechón fuera de lugar. Sus ojos grises nos miran con desconfianza, aunque en ellos se refleja un leve brillo de inquietud. Viste un jersey de lana beige y pantalones de tela, con una postura erguida que transmite control, pero sus manos, cruzadas sobre su pecho, se crispan ligeramente.

—¿Señora Marina López? —pregunto.

—Sí… ¿qué pasa?

Ignacio y yo intercambiamos una mirada.

—Somos de la policía. ¿Podemos pasar?

Su rostro pierde un poco más de color y sus labios tiemblan apenas.

—Dios mío… —susurra—. ¿Le ha pasado algo a Adrián?

La pregunta que no quiere escuchar.

Suspiro y doy un paso adelante.

—Señora, su marido ha sido encontrado sin vida esta mañana.

Ella lleva una mano a la boca, y su cuerpo se tambalea.

Ignacio la sujeta con suavidad por el brazo.

—Será mejor que entremos.

Capítulo 6: Una historia oculta

El interior de la casa es tan impoluto como el exterior. El salón es amplio, decorado con tonos neutros, una mezcla de beige, crema y marrón oscuro. Un aroma tenue a café impregna el aire, y en la mesa de centro descansa una taza aún caliente, con la cucharilla dentro.

Marina está sentada en el sofá, con la mirada perdida en el suelo. Sus manos tiemblan levemente sobre su regazo.

—Lo siento mucho —digo con voz suave—. Sé que esto es difícil, pero necesitamos hacerle algunas preguntas.

Ella asiente, aunque su expresión sigue distante.

—¿Cuándo fue la última vez que vio a su esposo?

—Ayer por la noche… me dijo que tenía una cena de negocios. No volvió.

—¿Sabía con quién se iba a encontrar?

Niega con la cabeza, frunciendo el ceño.

—No. Adrián a veces salía por trabajo… nunca me daba detalles.

Ignacio, que ha estado observándola en silencio, interviene.

—¿Le suena el nombre de Alekséi Petrov?

Marina levanta la vista de golpe.

—¿Petrov? ¿Ese mafioso?

Me inclino hacia ella.

—¿Qué sabe sobre él?

—Solo rumores… que presta dinero, que hace negocios sucios… Adrián mencionó su nombre una vez, pero me dijo que no tenía nada que ver con él.

Ignacio anota algo en su libreta.

—¿Su marido tenía problemas económicos?

Marina frunce el ceño.

—No, en absoluto. Ganaba bien… al menos, eso creía.

Saco la bolsa de evidencia con el reloj que encontramos en la escena.

—Este reloj era suyo, ¿verdad?

Marina lo observa y su rostro se tensa.

—Sí… se lo regalé en nuestro aniversario.

—Fue encontrado cerca del cadáver, con el cristal roto —añado.

Sus labios se aprietan en una línea fina.

—¿Qué significa eso?

—Significa que queremos saber por qué su marido estaba en el bosque a medianoche, con un mafioso involucrado —responde Ignacio con firmeza.

Marina nos mira fijamente. Sus ojos están llenos de miedo.

—No lo sé… pero algo me dice que Adrián me ocultaba muchas cosas.

Capítulo 7: El pasado de Adrián

Dejamos la casa de Marina con más preguntas que respuestas.

Nos subimos al coche y, en cuanto arranco, Ignacio se pasa una mano por el cabello oscuro, despeinándolo aún más.

—Si no fue un ajuste de cuentas, ¿qué hacía Adrián en el bosque?

—Tal vez no tenía problemas de dinero, pero sí secretos —respondo, repasando mentalmente lo que nos dijo su esposa—. Marina estaba convencida de que su marido no tenía deudas, pero mencionó a Petrov como si fuera una posibilidad lejana, sin pruebas de que estuvieran realmente conectados.

Ignacio asiente, con los ojos fijos en la carretera.

—Voy a revisar sus llamadas y mensajes otra vez —digo—. Si no tenía problemas con la mafia, tal vez tenía problemas personales.

—Y yo hablaré con sus compañeros de trabajo. Alguien debe saber algo más sobre su vida.

El caso empieza a tomar una dirección distinta, pero aún necesitamos pruebas.

Capítulo 8: La otra mujer

Varias horas después, Ignacio regresa a la comisaría con una expresión de triunfo.

—Carmen, tenemos algo interesante.

Levanto la vista del ordenador.

—Dime.

—Hablé con un compañero de Adrián en su empresa. Según él, nuestro hombre no tenía problemas financieros, pero sí un problema matrimonial: tenía una amante.

Frunzo el ceño.

—¿Sabemos quién es?

—Sí, su nombre es Laura Méndez.

Tomo mi libreta y empiezo a anotar.

—¿Quién es ella?

—Profesora de yoga, 35 años, vive en el centro.

Cruzo los brazos, reflexionando.

—¿Su esposa sabía algo?

—No lo creo, pero la pregunta es: ¿alguien más lo sabía?

Nos miramos en silencio. Esto ya no parece un caso de deudas con la mafia.

Es posible que Adrián Gómez no muriera por dinero, sino por amor.

—Será mejor que hablemos con Laura —digo.

Capítulo 9: Una verdad incómoda

La dirección de Laura Méndez nos lleva a un pequeño edificio de ladrillo rojo en el centro de la ciudad. Se trata de una construcción antigua, con balcones de hierro forjado y persianas desgastadas por el paso del tiempo.

Subimos al segundo piso y llamamos a la puerta.

Nos recibe una mujer de unos treinta y cinco años, con una expresión de sorpresa al vernos.

Es atractiva, con una figura estilizada y una postura que delata confianza. Su cabello castaño claro está recogido en una coleta alta, dejando al descubierto un rostro de rasgos finos y ojos verdes grandes, aunque ahora, al mirarnos, reflejan inquietud.

—¿Señora Laura Méndez? —pregunto.

—Sí… ¿qué ocurre?

—Somos de la policía —digo, mostrando mi placa—. Necesitamos hablar con usted sobre Adrián Gómez.

El color desaparece de su rostro.

—¿Le ha pasado algo?

Nos guía hasta un pequeño salón decorado con muebles sencillos, pero acogedores. Huele a incienso, a madera quemada y lavanda. Sobre una mesa de cristal hay una taza de té a medio beber.

Nos sentamos frente a ella.

—Adrián fue encontrado muerto esta mañana en el bosque —digo directamente.

Laura se cubre la boca con las manos.

—No… no puede ser…

—Sabemos que mantenían una relación —añade Ignacio con voz firme.

Ella baja la cabeza y respira hondo antes de hablar.

—Sí… nos veíamos desde hace un año.

—¿Sabía su esposa de esto?

—No, nunca. Adrián me decía que iba a dejarla, pero no sé si era verdad.

Ignacio la observa detenidamente mientras toma notas.

—¿Y su marido?

Los ojos de Laura se abren con miedo.

—Mi marido… no sabía nada.

La forma en que duda un instante antes de responder nos llama la atención.

—¿Está segura?

Ella titubea.

—Creo que… alguien nos vio juntos hace unos días.

Ignacio cruza los brazos.

—¿Dónde estaba su marido anoche?

Laura se muerde el labio.

—Dijo que trabajaría hasta tarde… pero no lo vi llegar a casa.

Nos miramos.

—Creo que es hora de conocer a su esposo —digo.

Capítulo 10: Un sospechoso peligroso

El marido de Laura, Sergio Ramírez, es gerente en una empresa de construcción. No sabemos mucho de él todavía, pero su nombre no nos suena en ninguna base de datos criminal.

Nos dirigimos a su oficina, un edificio moderno con ventanales oscuros y un gran letrero en la entrada que dice: Ramírez & Asociados – Ingeniería y Construcción.

Al entrar, la recepcionista, una mujer rubia de unos treinta años con gafas de montura gruesa, nos recibe con una sonrisa educada.

—¿En qué puedo ayudarles?

—Somos de la policía —responde Ignacio, mostrando su placa—. Necesitamos hablar con Sergio Ramírez.

Su expresión cambia.

—El señor Ramírez está en su despacho. ¿Tienen cita?

—No, pero es importante.

Tras unos segundos de duda, la mujer nos indica que lo sigamos.

Nos hace pasar a una oficina amplia y luminosa, con muebles de madera oscura y una gran ventana con vista a la ciudad.

Sergio Ramírez está sentado detrás de un escritorio ordenado. Es un hombre de unos cuarenta años, de complexión fuerte, con el cabello corto y oscuro y una mandíbula marcada que se tensa apenas nos ve.

Lleva una camisa blanca perfectamente planchada, con el primer botón desabrochado. Sus ojos castaños nos estudian con frialdad antes de apoyarse en el respaldo de su silla.

—¿Policía? ¿Qué ocurre?

Nos sentamos frente a él.

—Señor Ramírez, ¿dónde estuvo anoche entre las diez y la medianoche? —pregunto directamente.

Él arquea una ceja.

—En el trabajo. ¿Por qué?

Ignacio se inclina ligeramente hacia adelante.

—¿Alguien puede confirmarlo?

Sergio frunce el ceño.

—No lo sé… me quedé trabajando solo.

—Su esposa nos dijo que no lo vio llegar anoche —añado, observando su reacción.

Un leve tic aparece en su mandíbula.

—¿Por qué están preguntando por mí?

Respiro hondo.

—Porque Adrián Gómez fue asesinado anoche.

Por primera vez, su expresión cambia. Sus pupilas se dilatan y su cuerpo se tensa.

—¿Adrián?

—Sabemos que su esposa tenía una relación con él.

Sergio aprieta los labios y cierra los puños sobre la mesa.

—Ese cabrón…

Ignacio y yo nos miramos.

—¿Cuándo lo supo? —pregunta mi compañero.

Sergio respira hondo, intentando calmarse.

—Hace unos días. Un amigo me lo dijo.

—¿Lo enfrentó?

—No. Pensé en hacerlo, pero no quería perder el control.

—Entonces, ¿por qué su coartada no se sostiene?

Sergio se levanta de golpe.

—¡Yo no lo maté!

Ignacio y yo también nos ponemos en pie.

—Entonces no tendrá problema en responder algunas preguntas en la comisaría.

Sus ojos se llenan de rabia.

—Si creen que voy a dejar que me culpen por esto, están muy equivocados.

Miro a Ignacio.

—Tenemos que comprobar su versión. Algo me dice que este caso aún no está cerrado.

Capítulo 11: La coartada que no encaja

Llevamos a Sergio Ramírez a la comisaría. Su expresión es dura, su mandíbula tensa y su postura rígida. Aunque intenta mantener la calma, sus ojos reflejan una mezcla de rabia y frustración.

La sala de interrogatorios es pequeña, con paredes grises y una única lámpara que proyecta una luz fría sobre la mesa de metal. En un rincón, una cámara graba cada movimiento.

Sergio se sienta con los brazos cruzados y las piernas ligeramente separadas, adoptando una postura defensiva.

—Ya les dije, estaba en el trabajo —insiste con voz firme.

Ignacio se inclina ligeramente hacia adelante, apoyando los antebrazos sobre la mesa. Su mirada es analítica, escrutadora.

—No hay cámaras en su oficina. No hay registros de entrada o salida. Nadie lo vio allí.

Sergio endurece la expresión.

—¿Desde cuándo es un crimen trabajar hasta tarde?

Cruzo los brazos y lo observo detenidamente.

—No lo es. Pero su esposa no sabe a qué hora llegó a casa anoche, y casualmente el hombre con el que tenía una aventura apareció muerto.

Sergio aprieta los labios y golpea la mesa con el puño.

—¡Yo no lo maté!

Ignacio y yo intercambiamos una breve mirada. No respondemos. Solo esperamos.

Sergio respira hondo y apoya los codos en la mesa.

—Sí, sabía que Laura me engañaba —admite al fin—. Un amigo me lo contó. Vi a Adrián con ella hace unos días.

—¿Lo enfrentó?

—No. No quería perder los papeles.

—¿Pero anoche sí lo hizo?

Sergio nos mira con furia, pero hay algo más en su expresión. Duda.

—No lo toqué.

Nos quedamos en silencio. Algo en su actitud nos dice que oculta algo.

—Si no lo mató usted, ¿quién lo hizo? —pregunta Ignacio.

Sergio baja la mirada, su mandíbula se mueve como si masticara las palabras antes de escupirlas.

—No lo sé… pero tal vez Laura sí.

Capítulo 12: Un nuevo sospechoso

Salimos de la sala de interrogatorios y caminamos en silencio por el pasillo de la comisaría.

El aroma a café y papel viejo flota en el aire. Afuera, la luz del mediodía entra por las persianas entreabiertas, proyectando líneas de sombra sobre el suelo.

—Sergio no parece el tipo de persona que oculta bien sus emociones —comento.

—No. Si hubiera matado a Adrián, habría reaccionado de otra manera —responde Ignacio, pensativo.

Nos detenemos frente a la pizarra en la que hemos pegado las fotos del caso. El cuerpo de Adrián, el lago, el reloj roto, Laura, Sergio.

—Volvamos a los hechos —digo, señalando la imagen del cadáver—. Adrián fue encontrado en el bosque, apuñalado. No hay signos de lucha.

Ignacio asiente.

—Lo que significa que probablemente conocía a su asesino.

—Sergio tenía motivos, pero su reacción no es la de un hombre culpable.

Ignacio chasquea los dedos.

—Lo que nos deja con Laura.

Nos miramos.

—Volvamos a verla.

Capítulo 13: El interrogatorio de Laura

Nos dirigimos de nuevo al apartamento de Laura Méndez.

El edificio sigue igual de silencioso. En la entrada, un gato negro se lame una pata bajo la sombra de un viejo árbol.

Laura nos abre la puerta. Su rostro está pálido, sus ojos enrojecidos. Viste un suéter holgado y unos vaqueros gastados. Su actitud ya no es la misma que en nuestra primera visita; ahora hay un nerviosismo palpable en su manera de moverse.

—¿Otra vez?

—Necesitamos más información —respondo, manteniendo un tono neutral.

Nos deja entrar. La habitación tiene las cortinas cerradas, y el aroma a incienso ha sido reemplazado por el de café frío.

Nos sentamos. Laura se cruza de brazos.

—Laura, ¿dónde estuvo anoche entre las diez y la medianoche?

Ella parpadea sorprendida.

—En casa.

—¿Sola?

—Sí.

—Entonces no tiene coartada.

Ella traga saliva.

—No necesito una. Yo no maté a Adrián.

Ignacio la observa con atención.

—¿Hubo alguna pelea entre ustedes?

—No.

—¿Él mencionó a su esposa anoche?

Laura aprieta los labios.

—No. Pero últimamente estaba nervioso.

Intercambio una mirada con Ignacio.

—¿Por qué?

Laura se pasa una mano por el cabello, despeinándolo.

—Dijo que alguien lo estaba siguiendo.

Capítulo 14: La sombra en la niebla

Laura nos explica que, en los últimos días, Adrián estaba paranoico.

—Pensé que era por Sergio —dice—, pero ahora no estoy tan segura.

—¿Mencionó a alguien más?

—No. Solo que tenía miedo.

Salimos del apartamento con más dudas.

Ignacio enciende un cigarrillo mientras caminamos hacia el coche.

—¿Y si no fue ni Sergio ni Laura? —pregunta exhalando humo.

—Si Adrián tenía miedo, es porque alguien lo estaba amenazando.

Nos subimos al coche.

—Tenemos que revisar su teléfono otra vez.

Ignacio arranca el motor. Algo me dice que la clave de este caso está en los mensajes que aún no hemos leído.

Capítulo 15: La llamada perdida

Revisamos el teléfono de Adrián con más detalle.

El dispositivo sigue en la mesa de pruebas, con la pantalla agrietada.

—Mira esto —digo señalando la pantalla—. Llamadas perdidas de un número desconocido la noche del asesinato.

—Voy a rastrear el número.

Mientras Ignacio trabaja, me fijo en los mensajes eliminados.

—Adrián intentó borrar conversaciones —murmuro—. Pero no del todo.

Ignacio me mira.

—¿Puedes recuperarlas?

—Voy a intentarlo.

Después de unos minutos, logro restaurar un fragmento de un mensaje.

„Si sigues viéndola, lo lamentarás.”

Nos miramos en silencio.

—Esto cambia todo.

Capítulo 16: La verdad sale a la luz

Ignacio rastrea el número del mensaje amenazante.

—Es de un tal David Morales.

—¿Quién es?

Ignacio busca en la base de datos.

—Empleado de la misma empresa que Adrián… y amigo de Sergio.

—Entonces, Sergio no nos mintió. Sabía sobre la infidelidad porque alguien se lo contó.

Ignacio asiente.

—Y parece que ese alguien se lo tomó más personal de lo que pensábamos.

Capítulo 17: El enfrentamiento

El cielo comienza a oscurecerse cuando nos dirigimos a la casa de David Morales. La dirección nos lleva a un barrio más modesto en las afueras de la ciudad. Las farolas apenas iluminan las aceras, y el aire se siente pesado, cargado de humedad.

Nos detenemos frente a un pequeño edificio de tres plantas con pintura descascarada en la fachada y una escalera metálica que cruje con cada paso.

—Este sitio tiene el aspecto de alguien que prefiere pasar desapercibido —comenta Ignacio mientras revisa la dirección.

Llamamos a la puerta del segundo piso. No hay respuesta.

Golpeo de nuevo, esta vez con más fuerza.

—David Morales, policía. Abra la puerta.

Silencio.

Ignacio y yo intercambiamos una mirada. Algo no está bien.

—Está en casa —susurra Ignacio, señalando un coche en la entrada—. Su coche está aquí, pero no responde.

Damos la vuelta al edificio y, a través de una ventana entreabierta, vemos una luz encendida.

Entonces, escuchamos un ruido dentro. Un crujido, un movimiento brusco.

—¡Corre! —digo sacando mi arma.

Ignacio patea la puerta con fuerza. Cede al segundo intento.

Dentro, David Morales está intentando escapar por la ventana trasera.

—¡Alto! —grito, apuntándolo con el arma.

Se detiene de golpe. Su cuerpo se tensa, su respiración es rápida y errática. Su rostro, iluminado por la tenue luz del pasillo, está pálido, con gotas de sudor en la frente.

—No quería… —susurra con voz temblorosa.

Baja lentamente las manos, evitando mirarnos a los ojos.

—Sabemos que lo mataste —digo con calma, pero con firmeza.

David se derrumba en el suelo, cubriéndose la cara con las manos.

—No era mi intención… solo quería asustarlo.

Ignacio y yo nos acercamos con cautela.

—¿Por qué lo hiciste?

David levanta la mirada. Sus ojos oscuros están empañados por el miedo y la culpa.

—Sergio es mi amigo —murmura—. Vi a Adrián con Laura muchas veces… y él ni siquiera sospechaba.

Ignacio cruza los brazos.

—Así que decidiste hacer justicia por tu cuenta.

David aprieta los puños.

—Fui a hablar con Adrián en el bosque. Le dije que lo dejara. Se rió en mi cara.

—¿Y entonces lo apuñalaste?

Las lágrimas caen por su rostro.

—No sé qué pasó. Perdí el control.

Saco las esposas y las coloco sobre sus muñecas con un clic metálico.

—David Morales, queda detenido por el asesinato de Adrián Gómez.

David baja la cabeza.

—Solo quería proteger a mi amigo.

Lo sacamos de la casa mientras la patrulla enciende las sirenas. La niebla ha vuelto a cubrir la calle, difuminando las luces azules y rojas que parpadean sobre el asfalto.

Ignacio se gira hacia mí mientras observamos cómo se llevan a David.

—Caso cerrado.

Asiento, pero no con satisfacción.

—Sí… pero nada de esto se siente como una victoria.

El viento sopla entre los edificios, trayendo consigo el eco de un crimen que no se puede deshacer.

Epílogo: La última conversación

Días después, me encuentro con Marina López en la comisaría. Su piel, antes impecable, parece más pálida, y sus ojos, aunque secos, reflejan un cansancio profundo.

—Entonces, ¿todo fue por celos? —pregunta con la voz apagada.

Asiento.

—David quería proteger a su amigo. Creía que estaba haciendo lo correcto, pero todo salió mal.

Marina suspira y se frota las sienes.

—Adrián me ocultó muchas cosas, pero… no merecía esto.

No sé qué responder. Nunca hay respuestas correctas cuando alguien pierde a un ser querido, sin importar los errores que haya cometido.

Me pongo de pie.

—Lamento su pérdida, señora López.

Ella me observa por un momento antes de levantarse también.

—¿Sabe qué es lo peor?

—¿Qué?

—Que al final, nadie ganó.

Nos miramos en silencio.

Cuando Marina se marcha, Ignacio se acerca a mi lado, con las manos en los bolsillos.

—Tiene razón —dice en voz baja—. Nadie ganó en esta historia.

Salimos juntos de la comisaría. Afuera, la ciudad sigue su curso, indiferente a los dramas que se desarrollan en su interior.

Respiro hondo.

Otro caso resuelto.

Otro crimen que deja un vacío imposible de llenar.

FIN

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